29 mayo 2025

Marius

Thenardier, con todo lo canalla que fuese, salvó la vida en Waterloo a un oficial napoleónico que se convirtió en yerno de un burgués acomodado, el cual le obligó a entregarle a su hijo. El hijo, Marius, se entera ya adolescente de que tenía un padre glorioso y abandona a su abuelo para reivindicar la memoria del progenitor aun a costa de vivir en la pobreza. Un día ve a una joven que acostumbra a sentarse con su padre en una barriada de París y se enamora perdidamente. La suerte liga al padre y la hija por un lado y a Marius por otro con una familia de indigentes, los Jondrette. El lector que no sea más que medio tonto habrá reconocido pronto en los primeros a Jean Valjean y Cosette, pero no resulta tan fácil reconocer en los Jondrette a los Thenardier, porque Hugo se reserva la sorpresa para el momento cumbre.

Esa tercera parte de Los miserables presenta, internamente, dos partes a su vez: una descriptiva, donde Víctor Hugo se dedica a trazarnos el perfil de varios grupos sociales del París del XIX, en los que se encuadran los personajes: el de los golfillos (gamins), el de los jóvenes posrevolucionarios, el de los ladrones; y otra parte narrativa, un auténtico thriller, donde Hugo se muestra como todo un Alejandro Dumas, llevándonos de emoción en emoción en un enfrentamiento a muerte entre Valjean y Thenardier.

Y, para llevar la tensión al límite, Javert.

__

25 mayo 2025

El cuento del Grial

Perceval sale de casa de su madre con la ambición de llegar a ser un caballero, a ser posible uno más de la corte de Arturo. Lo consigue en poco tiempo, pues se revela como un guerrero extraordinario, capaz de tumbar a los más prestigiosos del oficio. Como en otras producciones de este tipo, el relato avanza por adición de aventuras, siendo la más famosa la estancia en el castillo del Rey Pescador, donde contempla el paso de una comitiva que lleva unos misteriosos objetos: una lanza de la que sale siempre sin consumirse una gota de sangre, un grial (al parecer una fuente o bandeja, en esta primera salida de tal recipiente) y otro que ahora no recuerdo, tal vez un plato. Como sabemos después, mucho habría cambiado la historia si Perceval se hubiera atrevido a preguntar por la finalidad de esa procesión. Siguen nuevas aventuras, pero, en esta versión inconclusa que hemos recibido, el protagonismo pasa en seguida a Gauvain, sobrino del rey Arturo, que se enfrenta a caballeros con malas pulgas y a doncellas traidoras.

Si hacemos caso a los expertos, esos relatos artúricos encierran un gran simbolismo. Lo cierto es que, si prescindimos de eso, se trata de productos bastante anodinos, a no ser que uno tenga imaginación para representarse “los pendones y estandartes y banderas, los castillos impugnables, los muros y los baluartes”, que decía Jorge Manrique. Y peor aún si leemos, como es el caso, una traducción en prosa: es como si te cuentan una película en vez de verla.

__

23 mayo 2025

La señora March

“Patricia Highsmith española”, dicen. No está mal traído. Creo que la diferencia, entre otras cosas, un aire más burlón. Algunas de las cosas que le pasan a la señora March no nos las habría contado así la de Texas, siempre tan sombría ella. Tampoco deja de haber un toque socarrón en ese llamar siempre “la señora March” a la protagonista (hasta casi “borrarle el nombre”, como dicen algunos), incluso cuando narra escenas de la infancia, cuando otros habrían echado mano del nombre de pila (que, por cierto, no conocemos hasta el final: una filigrana más).

La tercera persona narrativa se ciñe al punto de vista de ella: con sus ojos vemos cucarachas, vecinas sangrantes y cuadros con figuras cambiantes, y con nuestros propios ojos vemos que estamos ante una mujer desequilibrada, sin que nos lo cuenten otros personajes, que seguramente lo intuían. Su paranoia, o como se llame técnicamente, la lleva de acongojarse por el pensamiento de que su marido (novelista) se ha inspirado en ella para un personaje desagradable hasta la obsesión por creerle un asesino. El final es hasta cierto punto previsible pero el interés no decae, aunque quizá no haya para tanto como dicen los de la solapa.

__

19 mayo 2025

Sin tiempo para el adiós

Es un repaso bastante exhaustivo de los autores que tuvieron que abandonar su patria en un momento dado, por culpa de los totalitarismos del pasado siglo (o, en el caso de España, por culpa de su propia ideología totalitaria , aunque eso no lo dice la autora, claro, lagarto lagarto): alemanes, austríacos, yugoslavos, húngaros, polacos, italianos, rumanos, rusos, españoles, judíos de la diáspora y algún irlandés en busca de mejores prados, unidos por una experiencia que se vive de modos muy diversos, entre la desesperación y el aprendizaje. Va a ser difícil acordarse de todos, pero hay nombres tan ilustres como Musil, Zweig, Joseph Roth, Thomas Mann, Milosz, Nabokov o Joyce. Curiosamente, olvida a Vintila Horia, no sé si por una ignorancia no culpable o por alguna inquina personal. Utiliza como fuente, por lo general, los propios testimonios de los autores, ya sean obras de ficción en las que se vertía la propia experiencia o bien memorias y diarios.

__

14 mayo 2025

Absceso

Pío Baroja publicó este artículo en el Diario de Navarra el 1 de septiembre de 1936. Lo cita el ABC del 24 de junio de 1939, lo que no es que sea mucha garantía, pero le daremos el beneficio de la duda. (Mantengo la puntuación y alguna otra pequeña irregularidad del original).

 

UNA EXPLICACIÓN

Yo no sé si en este momento en que en España no se oye más que el estampido de los cañones y el crepitar de los fusiles y ametralladoras, vale la pena de [sic] que un escritor dé una explicación de sus ideas, que veo que se comentan por ahí sin exactitud.

Yo no soy un escritor sistemático. Mi pensamiento ha sido siempre el intentar ver en lo que es.

Meses antes del advenimiento de la República, a mí me asombraba el que la mayoría de los escritores y profesores de Madrid, Ortega y Gasset, Unamuno, Azorín, Marañón, no vieran que detrás de la República tenía que venir un intento de revolución social y de comunismo, en parte dirigido por los judíos de Moscú.

A mí me parecía un hecho casi matemático. Yo muchas veces dije a los amigos:

--Si la república burguesa viene, o tendrá que ametrallar a la gente de la calle, o tendrá que pactar con ella.

A todos los que decía esto, me achacaban de [sic] pesimista o de reaccionario.

Tanto lo creí así, que el día que se marchó el rey, estuve en la redacción de Ahora con un amigo para saber noticias, y los redactores me dijeron:

--Baroja, estamos de enhorabuena. Ya tenemos la república.

Yo no creía que estábamos de enhorabuena, y se lo dije al director:

--Yo pienso lo contrario de ustedes, le indiqué. Supongo que la República va a ser un desastre, pero como no me parece bien, dimito porque no puedo engañar. Voy a dejar de escribir en el periódico. Así lo hice durante un tiempo.

Al comienzo, Marcelino Domingo, este maestro de escuela pedante, aseguró que iban a imitar a Thiers y a constituir una república conservadora, como Francia después de la guerra del 70. Ni ellos mismos saben lo que han hecho después. Han ido solamente arrastrados por las aguas del río, sin saber a dónde.

Primero había que hacer Cortes Constituyentes. Todos los políticos ansiaban que llegara el momento de brillar, de mostrar su arte de histriones. La gran batalla oratoria terminó con una Constitución ridícula, la número 13 de España. De esa Constitución no se pudo llevar a la práctica absolutamente nada.

La cuestión era lucirse, charlar con luz y taquígrafos, según la medicina de don Antonio Maura.

El parlamentarismo no ha demostrado más, sino que es un buen medio para los arribistas, para los ambiciosos que van a hacer su carrera.

Con la gran batalla política y parlamentaria, vino lo que se llamó el enchufe y vimos a ministros, a subsecretarios y a diputados echándoselas de conquistadores en automóviles charolados, con cupletistas y camareras en restaurantes y cabarets, en una cachupinada continua.

Estos Petronios de escalera de servicio no veían el interés del país sino el éxito, y para obtener el éxito ante el público, cualquier cosa puede venir bien. En España se dice, cuando en las corridas hay muertos y heridos, que hay hule. En un ambiente de sensacionalismo así, es imposible que se haga nada serio. Se dicen las cosas más absurdas. Así un concejal socialista de Madrid ha asegurado que la prehistoria es una ciencia reaccionaria. Lo mismo ha podido decir que la geografía es comunista.

Toda esta algarada parlamentaria la ha jaleado la Prensa, porque para ella las reseñas de los escándalos del Congreso son un ingreso que ocasiona poco gasto.

Después del primer bienio, tuvimos el segundo tan malo como el primero. Fue la lucha entre el león y la serpiente. El león Lerroux y la serpiente Azaña. ¡Qué león! El león era un viejo tonto, vacuo, con unos cuantos lugares comunes en el cerebro. La serpiente, un ateneísta pedantesco, que manejaba unos cuantos tópicos manidos de literatura francesa.

El león acabó como un presidente de un casino de jugadores de ventaja, en un asunto de tahúres, con un reloj que le regaló un judío holandés y una promesa de unas pesetas que no se las dieron.

La serpiente hizo su nido en el Palacio Real y pensó cambiar las decoraciones, para él poco lujosas, y ser algo como el Rey Sol de la República. ¡Pobre gente! Y todo ha estado a la misma altura. El pueblo se ha sentido mixtificado tomando como reales unas bambalinas de cartón.

Las oficinas de la Reforma agraria tenían trescientos o cuatrocientos empleados con sueldo, y para todos ellos, para recorrer España y estudiarla en el terreno, un automóvil Ford. Marcelino Domingo no iba nunca a las sesiones de la Reforma agraria, a la que tenía tanto cariño en público. Quizá tenía que escribir sus magníficos dramas en el ministerio.

Toda esta decoración falsa, toda esta mentira que, si no la ha engendrado la República, le ha dado una vida, hace que la gente, creyéndola una gran cosa, se lance a matar y a morir.

El talento de Azaña y el sentido jurídico de Sánchez Román y la democracia del adiposo judaico Ossorio y Gallardo, que era gobernador de Barcelona cuando se fusilaba obreros, y la austeridad de Largo Caballero, consejero de Estado de R. O. cuando la Dictadura, el republicanismo de Alcalá Zamora, que fue monárquico, y el de Maura, que también lo fue, y el comunismo de Valle-Inclán, que fue carlista; toda esta serie de bolas recalentadas por una Prensa de gente mediocre, forma como absceso y tiene valor para mucha gente del pueblo, que cree que defiende con eso la civilización y el porvenir de España.

Este tumor o este absceso, formado por mentiras, es de desear que lo saje cuanto antes la espada de un militar.

 



09 mayo 2025

León XIV

 Hoy es el día de la Súplica a la Virgen de Pompeya. Nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor.

Entonces, quisiera rezar con ustedes. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo, y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre.

...

El amor a la Señora es prueba de buen espíritu, en las obras y en las personas singulares. (Camino, 505)



30 abril 2025

Cosette

En la segunda parte de Los miserables encontramos de nuevo libre a Jean Valjean. Como de costumbre, Hugo hace de momento como que nos oculta su identidad, pero ya todos nos maliciamos la verdad. El caso es que, de nuevo evadido, se dispone a cumplir la promesa a Fantine y hacerse cargo de la educación de Cosette. Se dirige al pueblo donde ésta se hallaba y, tras un penoso forcejeo, consigue liberarla de las garras de los miserables (en el otro sentido) Thenardier. Pero el incasable Javert, cual mosca pesada, se halla de nuevo al acecho. Tras una angustiosa persecución por las calles de París, Valjean recala, con Cosette a cuestas, en un convento de clausura, donde se halla de jardinero una persona a la que salvó la vida siendo alcalde. Este le hará pasar por su hermano y Valjean atisba un futuro posible para la niña internándola en la escuela conventual.

Tal aventura alterna con dos largas digresiones: Víctor Hugo es el narrador más omnisciente que conozco, tanto que llegas a rogarle que se quite de en medio, que más que omnisciente es narrador cuñado, o tertuliano. Las digresiones son, una sobre la batalla de Waterloo, prácticamente un ensayo de interpretación histórica, y otra sobre el convento donde va a parar Valjean, ahora añadiendo además sus teorías sobre la inutilidad de la vida religiosa en el momento actual (siglo XIX, excuso a usted decirle). Eso sin ocultar tampoco su admiración por quien es capaz de entregar su vida de ese modo, expiando por los pecadores. Y siempre comentando cada jugada, como un Matías Prats. Lo hace bien, qué duda cabe, pero, de este modo, una historia que a Baroja le habría cabido en trescientas páginas se le alarga a las dos mil.

__