Un tipo pide cinco mil dólares para no matar a un concejal.
Unos niñatos salvajes se dedican a quemar vagabundos. Dos italianos preparan un
golpe en una sastrería. Lo que no imaginaban los detectives de la comisaría del
distrito 87 es que iban a liquidar los tres asuntos de una carambola triunfal,
después de muchos afanes, sonados fracasos y algunos muertos. En definitiva, el
Ed McBain de costumbre, cruzando
tramas de modo rocambolesco e insertando otras más de comedia, como la del
detective Meyer y su antojo de llevar a los tribunales a una escritora que le
ha copiado el nombre para titular una novela. Los detectives más simpáticos del
universo
negro, sin duda. Y lo mismo
hay que decir del narrador. Sólo
Ed
McBain podría abrir así un capítulo:
A nadie le gusta trabajar en sábado.
Tiene algo de indecente, va contra la naturaleza humana. El sábado es
el día que antecede al domingo y el más idóneo para dar una patada a las
tensiones […] Con un sábado tan
encantador, qué mejor que encender un fuego en la chimenea de tu pisito,
encender un cigarrillo y olvidarse del mundo…
Y así. Lo que no obsta para que las situaciones,
objetivamente, sean tan violentas como las que más en este género. Hay quien
exagera el punto trágico. McBain lo
desdibuja con su narración casi coloquial y sus diálogos chispeantes y resulta
incluso más eficaz.
El título, por su parte, responde a otro de los rasgos de
este autor, y es que los policías no son solo protagonistas por investigar y
resolver el caso, sino por ellos mismos y sus circunstancias, reflejadas, ya
digo, con una retranca tan fina como amable, en las antípodas del héroe de Mankell, por ejemplo, siempre tan
agonías.
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